La tierra no prometida
Pudo ser una noche cualquiera, pero ahora es la noche desde donde cuento los días que pasan como victorias. Voy en el conteo, mi meta es ciento cincuenta.
El otro día leí que las águilas
enfrentan una difícil decisión a la mitad de su vida, cuando deben escoger
entre morir o vivir luego de un doloroso proceso de renovación que incluye
aislarse en lo alto de una montaña donde no necesiten volar. Luego de ello,
deben golpear su pico hasta quitárselo, esperar que nazca uno nuevo, arrancar
sus garras y plumas y confiar pacientemente para poder revivir.
Recuerdo la habitación oscura,
las cortinas a medio cerrar y la luz de la lámpara externa apenas colándose.
Luego estoy yo, sobre la cama, desarmada y dudando cada segundo si sería capaz
de sobrevivir el siguiente.
Es una imagen nebulosa, uno de
esos momentos que recuerdas por ráfagas. A veces vienen a mi momentos o
palabras que luego no puedo volver a recordar. Ahora veo ese momento como un tránsito por el umbral, así es como he decidido llamarlo.
Pasé el umbral, en medio de un
caos de lágrimas, dolor y ganas de vomitar. Por momentos solo experimentaba la
incapacidad de resistir, de abandonarme a aquello que se presentaba como la
muerte. Hoy lo veo, sin duda como una parte de mi que murió, una parte sin nombre, ni
cara, sin epitafio.
El tránsito fue cada vez más
pesado a medida que la noche pasaba. No lograba mantenerme de pie, las lágrimas
brotaban sin cesar. El túnel luego del umbral fue largo, lo caminé tal vez en
pico pala, a veces devolviéndome un poco, resistiéndome a transitarlo. En
algunas ocasiones vi ventanas que me parecieron puertas de salida, pero la
verdad es que todas ellas me regresaban al mismo túnel oscuro que conducía a
una única puerta.
Fue una puerta amable, humana,
construida con gentileza. Él me acompañó hasta donde pudo y luego me soltó. Me
soltó para siempre. Allí en ese nuevo mundo, en ese espacio me encontré sola en
medio de quienes me han amado desde que nací, pero sola con mi tristeza y mi
dolor. Con ese amor que ya no era correspondido. Me tumbé sobre el suelo
extraño y permanecí tendida intentando respirar el nuevo aire que me pesaba en
cada bocanada.
Cuando amaneció, fue momento de pararme.
Tomé todo el coraje que podía, recogí mis pedazos rotos, todos los que pude, y abandoné
ese primer lugar donde su presencia física ya ni siquiera se encontraba, ni me
pertenecía: ni tampoco su corazón, ni su cuerpo, ni su historia. Hay fragmentos que no
he encontrado, entre esos y la parte de mi que murió, he decidido dejar el
inventario inconcluso.
Los primeros días transcurrieron lentos,
minutos a cuenta gotas que se deslizaban dolorosamente sobre la vida misma. En
principio todo se presentaba como un sueño, incluso como una mala broma. El tiempo
fue haciendo lo que muchos siempre dicen, su trabajo. Ahora no tengo duda de la
realidad, la realidad en este nuevo mundo, en la tierra no prometida.
Pacientemente he enfrentado mis
mañanas con sus noches. Escarbando entre mi pasado y observando al horizonte,
he encontrado nuevas sonrisas, canciones olvidadas, resignificado lugares. He
constatado la fuerza de vida que se abre paso en medio del caos, del dolor.
-El dolor y la esperanza van de
la mano – me dijo alguien con quien he resignificado el amor más veces que mis
cortes de cabello.
Bajo el mismo cielo, todos los
seres humanos nos batimos, sin antagonismos, entre el dolor y la esperanza. En
el cielo de mi tierra no prometida ha seguido despuntando y ocultándose el
sol, cada día se ha hecho más fácil respirar. Me pienso al águila sola en la
montaña considerando en sus segundos si su pico volverá a revivir, si sus
garras y plumas renacerán.
Eso es lo que espero
pacientemente, revivir. En esta tierra no prometida ahora camino surcando
nuevos caminos, los que nunca imaginé. He procurado permanecer atenta en cada
paso que doy, observar todo lo que ocurre como una señal, sin preguntarme de
qué o para qué. También escucho murmullos, pequeños murmullos, he ido tras su
origen y sin mucha certeza, puedo decir que provienen de donde alguna vez
existió la puerta que me trajo hasta acá. Se me olvidaba decir que la puerta
que crucé desapareció detrás de mi en cuanto la atravesé.
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