Lo que nunca cambia es que todo cambia

 

Seguro se han dado cuenta de las tendencias de ciertas frases o “filosofías” cotidianas.  Aquellas ideas que comenzamos a escuchar en diferentes escenarios, momentos y personas, como un déjà vu. Desde hace un tiempo he escuchado bastantes veces y en diferentes voces: “hay que dejar que fluya”.

Sin duda una frase con todo sentido y verdad. El test de ese pensamiento se hace rápidamente con dos realidades que son inequívocas para todos: el agua que se estanca se pudre, el aire encerrado se “enrarece” y pierde su oxígeno. La naturaleza es sabia y nos muestra de manera simple y sencilla las ideas que se nos ocurren tan “originales”.

Ahora, fluir es movimiento y con el movimiento el cambio. Si alguna vez promovemos la idea de “fluir” como un paradigma de vida, hay que estar dispuestos a que todo muta. Es decir, abrirnos a la vida con la certeza que nada en este mundo permanece estable.

A pesar de que la idea del “dejar fluir” nos parezca completamente racional y sensata, lo cierto es que nos aterra el cambio, las mudanzas, las transformaciones, los caminos nuevos que apenas se muestran tímidos en el inicio.

Qué decir de lo impensable que nos resulta aceptar el cambio de los otros que nos rodean. Apenas somos capaces de percibir los cambios tan tremendos que tenemos de un año al otro, cuando sin habernos cotejado, condenamos al otro que se ha transformado ante nuestros ojos.

No sé si me hago entender, pretendemos fluir esperando que todo permanezca igual. Cuando hablo de permanencia no me refiero sólo a las circunstancias sino también a las personas. Fluir es aprender a abrazar el movimiento, la circulación, la transformación. Es absurdo condenar y condenarnos en el presente desde lo que fuimos/hicimos/pensamos en el pasado, porque lo que nunca cambia es que todo cambia, lo único seguro es que no hay nada seguro. 


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