Disolver: el verdadero disfrute del presente



El café que bebemos en la mañana es una disolución de café con agua. La perfecta mezcla de estas dos sustancias forma otra nueva. Que, a riesgo de equivocarme, somos muchos los que disfrutamos sobremanera en lo cotidiano.

Pensando en el disolver, en términos “científicos”, estaríamos hablando de una separación de los componentes originales y la creación de uno nuevo que combina las propiedades de ambos. Un evento cotidiano, palpable, de la naturaleza.

Hace un tiempo llegó a mi esta idea del disolver los que nos ocurre en la vida, así como le pasa al café y el agua. Es decir, permitir que la vida sea esa creación nueva que resulta de disolver cada día: lo que somos en presente (componente I); con las experiencias, personas, lugares, etc. (componente II); para convertirnos en una nueva creación, cada día, todos los días.

Pensamiento semilla que ha ido dando sus frutos a lo largo de un año cuando escuché a Pablo d’Ors en un video de YouTube decir: “el mundo no está para ser transformado, el mundo está para ser referido y disfrutado”. Como la corriente del rio, terminé pensando en lo poderoso que resulta disolvernos con cada momento que va ocurriendo.

En metáfora todo bellísimo (risas), es lo que siempre pienso cuando escucho los discursos de espiritualidad que resuenen o no, son absolutamente inspiradores. Ahora, ¿qué ha sido en términos concretos y prácticos esa idea de disolverme?

Voy a intentar concretar unas situaciones donde me descubrí “disuelta” (más risas), si es que se puede llamar así, dejando el acento en lo que era “extraño” para mí y entró en contacto, mejor dicho, el componente II:

-        Componente II – personas: me senté a escribir en mi diario estando sobre mi cama; el apoyo del cuaderno eran mis piernas en diagonal. Esto exigía cierta posición del lapicero para que pudiera escribir constante durante el trazo. De pronto vi la posición de mi mano en igual forma (muy particular) que lo hacía alguien que había estado en mi vida hace varios años y no había vuelto a ver. Entendí su presencia a través de ese gesto simple, ahora estaba disuelto en mí.

-        Componente II – gestos: en una conversación con mi mamá y mi hijo, en la que estábamos haciendo burla amorosa a ella sobre una expresión de su diva más profunda, ella me tomó una foto. Luego vi la foto, reconocí el gesto de alguien a quien siempre he llevado en mi corazón. Recordé de inmediato, con una sonrisa, ese gesto para ciertos momentos en los que eufóricamente se burlaba de todo y con todo lo que podía.

-        Componente II – experiencias: me estaban contando sobre una ruptura amorosa. Quien me narraba la historia estaba muy afectado, aunque no había lágrimas, reconocía todo el cuestionamiento sobre quién era ahora sin… Al final sólo atiné a decirle: todo pasa, lo importante es lo que hacemos mientras pasa. Entendí su dolor, en él recordé el mío, también descubrí lo disuelto que estaba ese evento en mi vida, es decir, sin más lo podía traer a presente con la certeza que había sido tal vez una de las mejores experiencias de mi vida.

La anterior narración sobre los tres eventos concretos sobre disolverse podría perfectamente desaparecer de este texto; lo cierto es que esta idea ha sido potente en mi forma de ver el mundo, de entender el proceso tan bello y dinámico que somos, sobre todo de aprender a conciliarnos con lo que ocurre a cada instante. Aprender a ser una creación constante más homogénea, es decir, resistirnos menos a todo lo nuevo que llega, porque siempre siempre habrá componente II a la orden para mezclar. 

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